martes, 13 de julio de 2010

El asesinato de la pachamama

Tú me dijiste que la respetabas, que ella no solamente era la representación de la Naturaleza, sino la imagen de la vida misma. Me dijiste que la amabas como amas a tu propia madre que te crió y trató de educarte lo mejor que pudo. Que cuidarla y amarla está en tus genes, y por eso al traducir el concepto de tu idioma nativo, se la podía considerar como la “madre tierra”. Y en un momento determinado me lo llegué a creer, tal vez no porque la gota horada la piedra, sino porque necesitaba creer en algo más allá de la entelequia de la fe –en el sentido aristotélico. Y que arteramente me engañaste. Lo empecé a sospechar allá por el 2005 cuando ya el aire de la Ceja se empezó a tornar irrespirable, como lo está hoy en todos los sitios urbanos de Bolivia. La estás asesinando por cumplir tu sueño americano. Sueño quizás distorsionado en tu imaginario de ciudadano de un país tercermundista. Tener una vagoneta a como de lugar –como los americanos-, y mejor si no te cuesta mucho. Entonces te traes una vagoneta enorme a diesel y usada, y procuras eludir el pago de impuestos con tus mañas recientemente adquiridas, y no te haces problema con la cantidad de contaminantes que emites al aire. No eres tonto. Si tú no lo haces hay miles o millones que lo están haciendo ahora mismo. Además hay que considerar que el diesel en Bolivia prácticamente te lo regalan en los surtidores de combustible; no puedes perderte esta oportunidad. Paradójicamente, yo sí me creí el cuento de la pachamama y llegué a amarla también de esa forma. Me parte el alma ver cómo destruyes cada día el futuro de las fuentes de agua potable de La Paz, el futuro de tus propios hijos y el de los míos. Hoy soy uno de los pocos tontos que camina por la ciudad procurando respirar lo menos posible, tapándome la nariz cada vez que pasas por mi lado de la acera, bañándome con el humo apestoso que emites orgullosamente al conducir tu chatarra. Sé que gozas al verme sufrir, y me estás convenciendo de que las ganas de tomar revancha contra todo el mundo, incluidos los inocentes, es algo que sí está registrado en tus genes.