sábado, 24 de septiembre de 2011

Descarga con candela

Uno de los mayores placeres que encuentro en la vida es bailar salsa. Al ritmo de este ritual melodioso de apareamiento, que no concluye necesariamente en ello -pero puede propiciarlo, se da rienda suelta a las fantasías de la vida, colocando en pareja los cinco pares de sentidos en actividad coordinada para empujar los músculos de los pies, piernas, caderas y abdomen hacia una especie de cadencias rítmicas, como las que construyen los poetas con las palabras. Solamente los latinoamericanos somos capaces de expresar y desplegar su belleza en giros, abrazos, roces, besos apenas perceptibles y movimientos eróticos explícitos o disimulados, con la viveza latina que tiene mucho de la fuerza del oleaje del mar, al menos en este caso. Salsa mestiza entre indígena, española y africana, con matices árabes, toques de rumba y flamenco; mi corazón late con fuerza al sentir el redoble de las tamboras del Grupo Niche, el trombón de Willy Colón y la sabiduría de la voz de Rubén Blades. La pasión del trabuco de Manolito y las notas clásicas, casi sinfónicas de Irakere, me hacen pensar en Cuba como la versión bonita del paraíso prometido. En fin, es tiempo de respirar profundamente, mirarla directamente a los ojos, rodear su cintura con una mano y rozar sus dedos con la otra, sonreír con alegría y empezar a improvisar no se si llevándola o dejándose llevar por ella.