martes, 15 de junio de 2010

Dejar de respirar, por higiene


¿Serías capaz de buscar un basural lleno de moscas, desnudarte por completo y revolcarte en la basura, embadurnándote hasta los labios con los restos de comida en descomposición? Pues estás haciendo algo parecido al respirar el aire de San Miguel en la esquina de la calle 21 y la avenida Ballivian, por donde pasan tantos y tantos vehículos a diesel, no solo buses, también camiones, minibuses, vagonetas y hasta autos –no sé como una fábrica de autos livianos puede ser tan irresponsable-. Para constancia, hoy cerca a las 8 de la mañana estuve parado en ese sitio y me puse a pensar, y también sentir, cómo las partículas apestosas de humo se iban introduciendo a mis pulmones. El humo de madera no causa tanto daño, porque tiene una mayor concentración de partículas “grandes”, a eso le llamamos PM10, porque son partículas mayores a 10 micrones, estas partículas grandes son atrapadas en las mucosas de la naríz, garganta y laringe, y las reconocemos fácilmente porque también manchan las camisas blancas. En cambio el humo de diesel tiene partículas “pequeñas” del tipo PM2,5  (menores a 2,5 micrones). Estas partículas no manchan la ropa y cuando las respiramos no son atrapadas tan fácilmente por las mucosas. Llegan con mucha facilidad hasta los alveolos pulmonares y por su tamaño pequeño atraviesan el espacio intersticial que separa los alveolos de los vasos capilares, donde se encuentran cientos de hematíes o glóbulos rojos, ansiosos por liberarse de las moléculas de dióxido de carbono y de recibir moléculas de oxígeno. Supongo que las sucias y pequeñas partículas de humo de diesel tienen la capacidad de acercarse a los hematíes, pasar inadvertidas entre ellos y dejarse arrastrar por el torrente sanguíneo. Supongo también que el aparato circulatorio carece de un filtro o un mecanismo para evitar que esas sucias partículas de humo de diesel circulen libremente por todo el cuerpo, hasta que algún rato –con algo de suerte-  sean expulsadas por el aparato urinario. Lo que sí está claro para algunos científicos, es que estas partículas provocan una irritación o inflamación de las paredes interiores de las arterias, también promueven la formación de coágulos dentro del torrente sanguíneo. Si esto ocurre en las finas arterias que alimentan el cerebro, sobrevienen los accidentes cerebro-vasculares o “embolias”, lo que significa que la obstrucción del conducto fino impedía circular a la sangre, cuya presión ocasionó su ruptura, desparramando la sangre en la matriz  circundante, es decir, en el cerebro. Mientras el semáforo de subida se pone en verde y el bus me bota el humo apestoso en la cara, continúo mi juego a la lotería: ¿será esta inspiración la que me provoque una embolia durante las próximas horas o días? Mientras lo averiguo, la desesperación me hace pensar en la necesidad de los seres humanos de evolucionar rápidamente para adquirir la capacidad de no respirar con tanta frecuencia, como algunos mamíferos acuáticos. Es difícil vivir en el tercer mundo contaminado.