lunes, 24 de mayo de 2010

El suelo

El principio físico de conservación de la materia establece que la materia no se forma ni se destruye, solo se transforma. Esto quiere decir que nunca dejamos este mundo, solo nacemos y morimos, alimentando con nuestros nutrientes a los organismos del suelo, los detritívoros. Una parte de nuestros nutrientes pasará al reino vegetal, otra parte será procesada por los protistas y, con algo de suerte, volveremos a ser parte de un ser humano del futuro. Por lo tanto, una posible respuesta a la pregunta ¿para qué uno muere? puede ser, para cambiar. Para llegar a nuestro estado actual, lo más probable es que hayamos tomado prestados nutrientes de un conjunto inmenso de organismos; todo un ecosistema puesto a trabajar solamente para que tengamos la oportunidad y el honor de vivir este momento y tal vez –con algo de suerte-, algunos momentos venideros. El tiempo es un concepto inventado por los humanos en un afán de reducir nuestras incertidumbres ante la vida, como lo es la ciencia, pero no el amor. Con el transcurso del tiempo nacemos y morimos en diferentes organismos, ninguno mejor o peor que los demás, ocupando un lugar en la escala que hemos denominado cadena trófica. Me imagino la terrible soledad de aquel difunto que pasó a formar parte de una bacteria del suelo que ni siquiera ha sido descubierta por los científicos. No hay peor soledad que estar perdido en una nebulosa de una galaxia aún desconocida para la humanidad. Si no ha sido descubierta, no existe para la gente, al igual que aquella bacteria. Tal vez por ese motivo, pienso que el estudio de la biología y ecología del suelo es una forma de hacernos más humanos, que es la única disciplina científica que puede darnos respuestas relevantes, correctas, inspiradoras y profundas. No solamente en un afán científico, sino en un afán de encontrar la esencia del amor. ¿En el suelo? Si. En el suelo.

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