viernes, 14 de mayo de 2010

La idea

Se esconde en los sitos más inverosímiles de mi cerebro, pero en cierta forma la siento porque no deja de desplazarse entre sus neuronas y conexiones dentríticas. A veces trata de salir desesperadamente a la superficie, al igual que una persona que está a punto de ahogarse en el lago. Emerge, chapotea, da pelea, pero mi conciencia es implacable con esta idea y simplemente impide que mi voz la pronuncie o mis manos la escriban. Es por miedo a su letalidad. La imagino creciendo, difundiéndose en tertulias de café, en los buses y en los mercados, contaminando los conceptos que la sociedad da por ciertos, haciendo tambalear los cimientos de lo establecido, lo cotidiano y respetado. Aunque peligrosa para los individuos que viven del caos –y que se enriquecen con él-, mi idea no es del todo nueva; quiere volver a emerger impregnada de humanismo. Tal vez tiene más de sentimiento que de teoría, pero de eso se trata: hay que recuperar la capacidad humana del sentir integral, que combina amor, sabiduría y un estilo práctico de hacer bien las cosas. Es la más alegre de las ideas y por lo mismo la más seria. Quizás no la dejo salir porque sé de antemano que será un esfuerzo fútil. Pero si no lo es, valdría la pena arriesgarlo todo para que la lealtad contamine el corazón de los seres humanos.

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